18 noviembre 2006

Paradiso

Ella,

azotada por el viento en la ventana, contemplaba la vida moviéndose de un lado para otro: colegios, prisas, niños y semáforos… El reloj no se paró para nadie, pensó, salvo para mí, y nadie parecía enterarse. Se reflejó en las nubes claras y grises que no sirven ni para llover, y añoró el sol que tanto compartió…

Fue cuando supo que él no volvería,
y que las flores ya se habían perdido.

Ella,

suspendiendo el quehacer de sus pulmones por momentos, revivió una y otra vez el argumento más reciente de su vida, repasó la carpeta de las fotos de memoria, tantos lugares que pasaban a estar prohibidos, y tantas noches que se harían crueles…

Fue cuando supo que él no volvería,
y que las flores ya se habían perdido.

Ella,

que entendía el frío del invierno como nadie, recordó el calor reverdecido en la mañana, y afinando el oído percibió el sonido de un violín que salía de un televisor cercano, un violín que decía tantas, tantas cosas... Imaginó aquel viejo cine, el cine del paraíso… Y se sintió niña como otras veces, comprendió que todo lo vivido estaba bien vivido, y transformó sus lágrimas en gotas transparentes de fresco amanecer…

Fue cuando supo que él no volvería,
y que las flores resucitarían en la nueva primavera.

02 noviembre 2006

Colores

El amarillo me hizo cantar en la fragancia nuevamente para derramar las estructuras del desorden, para gritar que los silencios son más útiles que las desgracias.

El azul pensó que era un sueño demoledor el que pretendía resucitarme, y que era innegable tanto querer que no quería, tanta sabiduría embadurnada de hipocresía, y se decidió a corromperme.

El rojo destapó las energías reveladas de mi ser más entrañable, amasado en el placer apasionante, calentado en el fragor de un mundo enorme oculto a las miradas.

El negro imaginó que el poder era un gobierno, y que los hombres eran necios ante el sol, que su triunfo era aquella obra que se eleva y se va acercando a los cielos que no existen.

El blanco respondió que todo lo que existe es porque existe, que los brillos son eternos en aquellos que perciben la quietud de una mirada, y que todo lo que basa su gloria en las alturas termina precisando los sabores de la ciénaga.

Finalmente, el verde decidió que era el momento, que todo aquello que fue acontecido no sirvió salvo para saber que el camino sigue hacia adelante en un torbellino de colores que inunda una vida, mi vida, de arco iris.